TRANSICIONES PARA SALVAR LA AMAZONÍA

Por Fander Falconí y Edwin Hidalgo

TRANSICIONES PARA SALVAR LA AMAZONÍA


Biorregión de las Cuencas Sagradas Amazónicas

Una transición urgente es dejar el petróleo bajo tierra, para evitar la quema de combustibles fósiles en la atmósfera. La iniciativa Yasuní, de 2007 en Ecuador, debe retomarse pero sin exigir compensaciones ni condiciones, simplemente por el compromiso por la conservación y por el valor (no el precio) de la biodiversidad y de las culturas humanas, incluyendo a los pueblos en aislamiento voluntario.

Un cuento recopilado hace más de 2.000 años por Estrabón, según el cual una esclava griega se casa con el rey de Egipto, fue retomado por el escritor francés Perrault en 1697 con el título de Cenicienta. En este relato, una hermosa joven maltratada por sus hermanastras recibe la ayuda de su hada madrina para poder estar “presentable” en el baile del príncipe: coche con caballos, cochero, vestido, diadema para el cabello y las famosas zapatillas de cristal; todo aparece gracias a la varita mágica del hada madrina. En la vida real, las transformaciones no surgen de una varita mágica, para implementarse requieren de TRANSICIONES.

La Amazonía es, en cierto modo, la Cenicienta del planeta: la que mantiene limpia la casa y a cambio recibe maltratos. Si es que no fuera por la Amazonía, la humanidad no tendría suficiente oxígeno para respirar, entre otros beneficios que la gran región verde brinda a la Tierra. Para salvarla, se han propuesto algunos planes; el más viable parece que es el biorregional de las Cuencas Sagradas de Ecuador y Perú.

El bosque tropical amazónico, que alberga a pueblos y nacionalidades indígenas, mediante los árboles de su interior, exhala unos 20 mil millones de toneladas de vapor de agua a la atmósfera todos los días, como un enorme río que fluye de manera invisible hacia el cielo. Eso da lluvia en Sudamérica y en otros lugares. La Amazonía proporciona 20% del agua dulce del mundo. Y, sin embargo, está bajo un ataque sostenido por parte de la tala, la minería, la agroindustria y la expansión de las actividades humanas. 

Recuperar la Amazonía del maltrato ecológico que ha recibido y sigue recibiendo no solo es un acto de estricta justicia; es, ante todo, un acto de supervivencia. Con la amenaza comprobada del calentamiento global es muy probable que ocurra una crisis de la civilización. La única manera de evitarla, o al menos mitigarla, es tomar acciones inmediatas. Pero los resultados no serán inmediatos, por eso hablamos de transiciones.

La Amazonía está este momento en manos del extractivismo acelerado de madera, petróleo y otros minerales. El cambio en el uso del suelo provoca deforestación y aniquilación de biodiversidad. Por otro lado, la población nativa amazónica vive en pésimas condiciones y se ve obligada a colaborar con ese extractivismo. Es decir, la desigualdad y la pobreza obliga a la población amazónica a cavar su propia tumba. Es urgente transformar la economía de la gran región, pero más urgente es generar oportunidades para su población.

El Buen Vivir marca la primera transición. Debemos cambiar la manera cómo nos relacionamos con la naturaleza. Somos parte de ella. Por eso sentimos en carne propia los incendios forestales que la afectan. Estos desastres deben ser tratados como emergencias internacionales en el futuro. Entre Ecuador y Perú alcanzan menos del 12% de la Amazonía, pero un incendio forestal en la Amazonía del Brasil, por ejemplo, debe movilizar de inmediato a nuestros dos países. Ecuador y Perú deben responsabilizarse por catalogar y preservar la biodiversidad de sus porciones amazónicas; de la misma manera, ambos países son responsables de la conservación de las lenguas indígenas en esas áreas.    

Otra transición es el decrecimiento de las economías ricas e industrializadas, es decir, prosperar sin crecimiento. Se trata de reducir la producción y el consumo, creando más bienestar con menos consumo, y a su vez con justicia redistributiva. El decrecimiento económico de los países ricos e industrializados aliviaría a la Amazonía porque la región está integrada al mundo como extractora de productos primarios. Hemos visto durante la pandemia más letal de los últimos 100 años reducción del consumo, disminución de emisiones y contracción del Producto Interno Bruto. Esto demuestra, aunque por causa de una terrible epidemia de origen zoonótico, que sí es posible el decrecimiento sin que se acabe el mundo.  En cambio, si sigue el ritmo actual del crecimiento y el aumento de más de 2 partes por millón de las concentraciones de dióxido de carbono por año (ahora situadas en 417 ppm, según el Global Monitoring Laboratory), en menos de 17 años habremos rebasado el límite de alto riesgo planetario (450 ppm).

Por esto y otras razones como el cambio climático y la deforestación creciente en el Brasil, Thomas E. Lovejoy y Carlos Nobre y otros científicos han alertado del punto sin retorno que vive la Amazonía (ScienceAdvances, Vol. 4, No. 2, 2018), el momento en el cual la Amazonía estaría condenada a una sabanización, hágase lo que se haga. No nos olvidemos que esta región es un cuerpo vivo e integrado.

Aquí vienen las alternativas verdes, medidas de eficiencia energética, impuestos al carbono y a la extracción de recursos, etc. No obstante, ninguna de esas alternativas puede funcionar sin reducir el consumo y la producción. No vamos a alcanzar nunca el nivel de crecimiento del norte de Europa, ni sería eso lo deseable porque ese día estaríamos asistiendo al final de la civilización.   

La sostenibilidad como transición es viable en la medida en la que podamos sobrevivir dentro de un ecosistema, sin rebasar los límites de resiliencia. Para eso hay que regenerar las cuencas fluviales, conservar y regenerar los bosques, propiciar la bioeconomía y las economías del bosque y descartar la idea de que el PIB es el indicador de bienestar.

El bienestar se mide considerando la calidad de vida, el acceso a salud, educación, vivienda, cultura, y el reconocimiento del trabajo no remunerado, como las tareas domésticas. El PIB mide consumismo, precisamente lo que queremos reducir para salvar al planeta, y lo coloca como objetivo deseable de las políticas públicas. Abogamos por otra forma de medir los fenómenos sociales y ambientales.  

Una transición urgente es dejar el petróleo bajo tierra, para evitar la quema de combustibles fósiles en la atmósfera. La iniciativa Yasuní, de 2007 en Ecuador, debe retomarse pero sin exigir compensaciones ni condiciones, simplemente por el compromiso por la conservación y por el valor (no el precio) de la biodiversidad y de las culturas humanas, incluyendo a los pueblos en aislamiento voluntario. La ecologista Tzeporah Berman ha propuesto también un Tratado de no Proliferación de los Combustibles Fósiles.

La transición fundamental va dirigida a la población local nativa de la Amazonía. Una forma de mejorar el bienestar de la población amazónica es mediante la Renta Básica Universal (RBU) que es un ingreso dado a todos los residentes sin condiciones ni requisitos previos. Adelantándonos a los que consideren esto inviable e impropio, o a los que llamen a esto demagogia, les proponemos el ejemplo de Alaska, Estados Unidos. Desde hace 40 años, los habitantes de este Estado de la Unión reciben una cantidad creciente (hoy supera los 2.000 dólares) que se financia con impuestos. Esta RBU probada en cuatro décadas no ha hecho a la gente “vaga” (como creerían algunos neoliberales criollos), sino más bien han incrementado su educación universitaria, son más selectivos a la hora de escoger empleos y hasta han incursionado en emprendimientos rentables. Al no tener que preocuparse por la supervivencia diaria, realmente han progresado y hasta ha disminuido la delincuencia. El área de las Cuencas Sagradas, entre Ecuador y Perú, es un campo de aplicación ideal para este enfoque de ingresos básicos.

 
Sobre los autores:

Fander Falconí, Profesor investigador de FLACSO- Sede Ecuador.

Edwin Hidalgo, Profesor universitario. Lingüista.

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